Lo escribió Aldous Huxley hace más de 80 años. En su Mundo Feliz (1932) el británico hablaba
de niños hechos a medida que respondían a las necesidades inmediatas y futuras
de una sociedad bizarra pero posible para aquellos años. Michael Bay tomó la
posta con La Isla (2005) y
replanteó la posibilidad de crear personas por encargo y a medida. Claro
que ambos casos son distopías: armar mundos en los que todo está planeado desde
el despertar hasta la exhalación última suena, por lo menos, difícil. Pero los
avances de la ciencia están dejando lugar a que aparezcan hechos que invitan a
la comparación, aunque sea liviana, con estas obras artísticas.
Aquí es donde aparece el caso de Connor Levy, el primer
bebé “seleccionado” in vitro de acuerdo a la cantidad de cromosomas. La
historia fue así: David Levy y Marybeth Scheidts tenían problemas para concebir
a su hijo por la vía tradicional, por lo que recurrieron al sistema de
fertilización in vitro. Dagan
Wells, especialista en fertilidad de la Universidad de Oxford, le ofreció
revisar los embriones a la pareja para corroborar su composición genética y
evitar un potencial aborto espontáneo o natural.
Las pruebas demostraron que la mayoría de los fetos estaban
saludables, pero sólo tres contaban con la cantidad de cromosomas adecuados.
Por eso, Wells tomó uno de estos últimos para que Scheidts lo incubara dentro
durante nueves meses y optó por congelar al resto. “No puedo lograr que los
embriones sean mejores que en un comienzo, pero puedo guiar a los padres para
que elijan a los más sanos”, detalló el especialista a The Guardian.
Pasada la dulce espera, nació Connor, el primer bebé finamente seleccionado.
Lo clave estuvo en el NSG (Secuenciación de Próxima Generación,
en español), la técnica implementada por Wells. Este método permite leer todo
el genoma de forma rápida y relativamente barata, sin caer en los análisis de
ADN que demandan más tiempo e inversión. Michael Glassner, quien asesoró a la
pareja en la clínica de fertilidad de Main Line, agregó entusiasta: “Es difícil
comprender lo revolucionario de este proceso, que puede incrementar la eficacia
de embarazos en un 50% y reducir los abortos naturales en igual medida. En
cinco años, esto será algo habitual, y todo aquel que solicite una
fertilización in vitro podrá contar con este primer diagnóstico”.
¿Pero hasta que punto pueden los científicos y médicos meterse
en la cocina? ¿cuánto pueden influir en el ‘diseño’ y armado de los niños?
Un poco de historia
Hace 12 años, John Sulston estuvo en el centro de la
escena mundial al descubrir la primera secuencia del genoma humano. Este punto
de inflexión sirvió para que varios aventurados se adentraran aún más en el
mundo de la genética para mejorar la vida de las personas.
Uno de los que siempre rondó este campo de estudio es el
profesor Alan Handyside, quien desde el Centro de Fertilización, Ginecología y
Genética de Londres dedica sus años a entender cómo los genes afectan la
conformación y el desarrollo temprano de los embriones. En 1990 realizó, junto
a Robert Winston, el primer diagnóstico genético de pre implantación (PDG, por
sus siglas en inglés) en humanos para distinguir el sexo de los embriones. Dos
años después, perfeccionaron su método e implantaron un feto que había sido
especialmente seleccionado para que no portara el gen de la fibrosis
quística.
El avance lógico de la tecnología facilitó la interpretación de
datos. “Cuando comencé, podías secuenciar diez mil pares de genes en tres años.
Ahora puedes conseguir 100 millones en siete horas. La naturaleza ha signado
que para el año 2050 podremos codificar los seis mil millones de pares que
portan los seres humanos”, vaticinó Handyside en Wired.
Pero también es conciente del impacto presente que puede lograr
esta técnica: “Siempre supimos que eres más propenso a padecer enfermedades
como disfunción cardíaca, cáncer de mama o derrame cerebral si han acaecido en
el historial familiar por la base genética. La detección microscópica permitirá
entender si has heredado o no esa característica genómica que puede derivar en
alguna afección”. Handyside considera que, además, el análisis de haplotipos
servirá para predecir algunas enfermedades mentales y autismo.
Este recorrido indica que, si bien todavía es imposible cambiar
la disposición genética de los embriones, ahora hay posibilidades de entender
cómo están compuestos y cómo se relacionan los genes.
¿Qué es lo que se puede diseñar?
Por el momento, el sueño de crear chicos a medida sigue estando
lejos. El PDG previo a la fertilización in
vitro, que fue la clave para el nacimiento de Connor Levy, funciona como
un sondeo que permite identificar algunas características y detectar la posible
aparición futura de enfermedades.
Los avances en términos de pre selección permiten, como
dijimos más arriba, elegir el sexo del feto a implantar, que ya es algo más que útil porque sirve para evitar
males como la hemofilia y la distrofia muscular. Pero la idea de pedir un
chico con rasgos mejorados para facilitar su futuro sigue lejos, aunque sirva
de inspiración para corrientes como el transhumanismo (una expresión
radical de este deseo de avance: movimiento cultural e intelectual que aboga
por la transformación de la condición humana a través de tecnologías que
mejoren las capacidades físicas y psicológicas de las personas).
El arreglo de facetas dependerá, entonces, del avance de la
ciencia. El biológo Lee Silver vaticinó hace diez años que seremos
capaces de elegir determinadas facciones, talentos y demás una vez que el
genoma humano sea completamente entendido. Y, en el caso de que así sea,
tampoco está garantizado que todos puedan tener a “su bebé perfecto”. Si
ninguno de los padres cuenta con los genes necesarios para armar determinado
rasgo, sus progenitores no tendrán la excelencia deseada.
¿Hay lugar para la ética?
En todo asunto que involucre a la ciencia dirimiendo cuestiones
fundamentales del ser siempre está la facción que se expresa desde la
deontología.
Aquí está muy a la vista la brecha social que dejan
entrever estos tratamientos. Procedimientos como el PDG seguidos de la
fertilización in vitro demandan
buena cantidad de dinero, y es difícil pensar que la ampliación de estas
técnicas no tenderá a desequilibrar las cosas. Quienes tengan un buen pasar
harán los arreglos necesarios para tener hijos más saludables, lindos o en
mejor estado, pero los que tengan menos recursos tendrán que competir con una
inequidad de base.
Heather Long, periodista de The Guardian, va más allá y
plantea una escenario raro pero posible: “Imaginen los Juegos Olímpicos del
futuro. ¿Será legítimo que compita una persona con mejoras genéticas contra una
que no?”.
Por otro lado, Dagan Wells es uno de los
que argumenta a favor de estos procedimientos por las cargas
emocionales y económicas que implican: “La fertilización in vitro es un proceso costoso e incómodo
que no garantiza un bebé al final del camino. No puedo imaginar a mucha gente
deseando y realizando una FIV de forma aleatoria”.
Julian Suvulescu, filósofo australiano del Centro de ética de
Oxford Uehiro, se muestra mucho más proclive en esta búsqueda del bebé
perfecto. En su ensayo Principle of Procreative Beneficence parte de
la base de que es nuestro deber solventar las vicisitudes genéticas en vías de
un mejor mundo para nuestra sociedad y para los hijos del futuro. “Las parejas
deben elegir el hijo o el posible hijo con la mejor expectativa de vida en
función de la información disponible”, sostiene en su escrito.
El nacimiento de Connor fue un aviso. Los científicos ya
demostraron que tienen las manos en la cocina y que saben cómo conseguir buenos
resultados.
¿Conocías el caso de Connor? ¿qué opinas sobre planificar cómo
será tu hijo?
noticias.tudiscovery.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario